CHINA suele atraer por su cultura milenaria, por el té y la comida, por el trazo sinuoso de su Gran Muralla, por su filosofía antigua, por sus modernas ciudades luminosas, por sus pueblos con los tejados de cerámica negra y las terrazas de arroz, por sus capitales históricas, por los trajes vistosos de su ópera, por tener –no miento– todos los paisajes del planeta, por el encanto de su difícil idioma o por los dibujos a tinta con amplios blancos y elementos muy escogidos.