El pasado 27 de octubre, en el pebetero del Estadio Zhuankou de Wuhan, se apagó la llama de una séptima edición de los Juegos Militares Mundiales que quedará grabada, como huella indeleble, en la memoria de millones de aficionados a los deportes.
Todos los caminos del título de la decimotercera Copa Mundial de Vóleibol Femenino (14 al 29 de septiembre) parecían conducir a una nación, y no precisamente a la sede perenne de estos certámenes cuatrienales, Japón, sino a China.
Las actuaciones que flirtean con la perfección en el mundo del deporte, que colocan a un atleta o equipo a una distancia sideral de sus contrincantes, suelen provocar entre aficionados y entendidos sentimientos contrapuestos.